(Atenas,
427 - 347 a. C.) Filósofo griego. Junto con su maestro Sócrates y su discípulo
Aristóteles, Platón es la figura central de los tres grandes pensadores en que
se asienta toda la tradición filosófica europea, Nacido en el seno de una familia
aristocrática, Platón abandonó su inicial vocación política y sus aficiones
literarias por la filosofía, atraído por Sócrates: fue su discípulo desde los
veinte años y se enfrentó abiertamente a los sofistas (Protágoras, Gorgias).
Tras la condena a muerte de Sócrates (399 a. C.), huyó de Atenas y se apartó
completamente de la vida pública; no obstante, los temas políticos ocuparon
siempre un lugar central en su pensamiento, y llegó a concebir un modelo ideal
de Estado. Platón nació en Atenas, en el 427 a.C., en el seno de una familia
aristocrática, tal vez la más rica de la ciudad de su tiempo, y su verdadero
nombre parece haber sido Aristocles, que era también el nombre de su abuelo. Su
linaje se remontaba, por vía paterna, al mítico rey Codro, fundador de Atenas,
y por parte de su madre descendía del legislador Solón, otro de los Siete
Sabios. La familia materna, además, estaba vinculada al partido oligárquico y
sus tíos formaron parte del brutal gobierno de los Treinta Tiranos, instaurado
en el año 404 a.C. tras la derrota de Atenas a manos de Esparta en la guerra
del Peloponeso. El sobrenombre de Platón se lo puso su maestro de
gimnasia a causa de su vigor físico, dado que, en griego, platos significa algo
así como amplitud, vastedad
Buena
parte del vocabulario de la filosofía vio la luz en los diálogos platónicos.
Fue Platón el primero en acuñar conceptos como alma (que en griego es psiqué,
soplo o aliento) o dialéctica (que significa situar el logos, la razón, en día,
a través de o mutuamente). Asimismo, uno puede tener ideas (de eidos, que
significa el aspecto de una cosa; su forma típica) porque Platón introdujo este
concepto en nuestra tradición. O puede enamorarse platónicamente gracias al
elogio del amor no físico que incluyó en una de sus obras más célebres, el
Banquete.
Para
lanzarse a explorar el universo platónico es necesario familiarizarse con la
conocida teoría de las Ideas o de las Formas. Esta teoría no aparece expresada
explícitamente como tal, ni se recoge en un texto canónico de forma íntegra,
sino que Platón la va presentando en cada diálogo. Para Platón, la Idea no es
algo que solo existe en la mente, sino una entidad que tiene existencia
objetiva. La idea de Belleza, por ejemplo, no es un mero concepto mental, sino que
existe por sí misma, independiente de los objetos sensibles que consideramos
bellos. Las Ideas son las causas de las cosas: como ya se ha apuntado antes,
las cosas bellas son así porque imitan o participan de la idea de Belleza. Las
Ideas son eternas e inmutables, y solo pueden captarse a través del
entendimiento. El mundo de las Ideas está organizado jerárquicamente en función
de la idea suprema de Bien, que se identifica con la Verdad y la Belleza.
Platón
defendió que el amor es el sentido mismo de la filosofía, ya que nos conduce a
las Ideas. El objeto del amor es la belleza, y la verdad del amor no se
encuentra en la belleza de los cuerpos, sino en la de las almas. Platón no solo
habla de Ideas, sino que también se preocupa del hombre: el dualismo platónico
se traduce en el dualismo entre cuerpo y alma. Para el filósofo, el hombre es
un compuesto de dos realidades: cuerpo y alma. El cuerpo es de naturaleza
material y pertenece al mundo sensible, mientras que el alma es de naturaleza
espiritual y procede del mundo de las Ideas. Por lo tanto, estar junto al
cuerpo no es natural para el alma, y mientras permanece atada a él, desea
escapar para volver a su lugar de origen, siempre que lo recuerde. El recuerdo,
o reminiscencia, es la posibilidad Introducción de captar las Ideas que el alma
contempló antes de llegar al mundo sensible. Platón considera que conocer es
recordar.
Platón
fundo una institución revolucionaria para la época, la Academia, mezcla de
santuario dedicado a las musas y de escuela para jóvenes aspirantes a políticos.
Así llamada por estar situada en un paraje, parece que bastante insalubre,
propiedad de los herederos de un héroe ateniense llamado Academos, la Academia
fue desde ese momento el centro de la actividad de Platón y puede considerarse
la primera universidad del mundo.
En
el ámbito político la teoría de Platón insiste en que la única forma de luchar
contra la crisis de la ciudad es una ley objetiva, racional y derivada de la
naturaleza misma de los humanos. Pero esa ley significa también, y en primer
lugar, la superación de la subjetividad. Platón fue el primero en transitar
desde una concepción de la política limitada a la administración del poder a
otra preocupada por su propio fundamento. Hacer política, en el sentido
platónico de ese concepto, es actuar poniendo la ley y la racionalidad en el
lugar donde los malos gobernantes sitúan tan solo la gestión de los intereses.
En la filosofía platónica, el poder, entendido como dominio, es una de las
facetas menos importantes de la acción política. El auténtico poder es el de la
razón, el conocimiento y la verdad. En la política de Platón existe algo que
puede denominarse la verdad y que es conocido por el alma racional. Platón
vincula el poder a esa verdad: solo quien gobierna desde el conocimiento del alma
será, estrictamente hablando, un buen político. El alma y el conocimiento
constituyen el único fundamento racional del saber político.
Si
algo marcó en profundidad la vida y la obra de Platón fue su relación con Sócrates
(470-399 a.C.) y, específicamente, las circunstancias de la muerte de este.
Acusado de no creer en los dioses de la ciudad, de hacer buena la mala causa y
de corromper intelectualmente a los jóvenes, Sócrates fue condenado a beber
cicuta, un asesinato filosófico que determinó en buena medida el pensamiento
político de Platón y, en particular, su valoración de la democracia.
Platón
aprendió en las paradojas socráticas que la verdad es el producto de un proceso
de investigación dialéctico, es decir, que consistía en la clarificación del
conocimiento a través del diálogo. Habrá, sin embargo, algo que les separe. El
esfuerzo socrático es claramente didáctico. Se trata de educar al hombre
porque, cuando descubre la realidad del alma, aparece con claridad que nadie
hace el mal a sabiendas. La auténtica filosofía es pedagogía y hay que cambiar
a cada hombre para lograr una transformación de la sociedad. Platón, en cambio,
sin dejar de insistir en la importancia de la educación, se centrará en la política.
Su instrumento para cambiar la sociedad es colectivo: las leyes justas son lo
único que puede acabar forjando hombres justos.
Por
otro lado la política platónica está pensada desde las Ideas y desde el alma.
Platón consideraba que solo si conseguimos que cada ser humano tome conciencia
de su alma eterna dispondremos de un buen argumento (e incluso de un excelente resorte
psicológico) para animarles a seguir la Ley también eterna. El proyecto
platónico, y el establecimiento de una Ciudad justa, requerían la construcción
de nuevos mitos, pero especialmente de nuevos mitologemas, es decir, los
modelos morales sobre los que se sustentan las narraciones míticas.
Platón
fue a la vez amigo de los mitos, entendidos como enseñanza moral, y enemigo de
los mitógrafos, en tanto que inventores de falsos mundos. Y lo mismo sucede con
los poetas y los artistas. Le gustaba la poesía si servía a la educación de los
ciudadanos y si promovía el respeto a los dioses, pero censuraba a los poetas,
por engañadores. Era necesario construir nuevas y hermosas «mentiras» para
justificar que la Ciudad debía fundamentarse en el alma y en la razón, en vez
de hacerlo en la violencia como en la tradición homérica. Si Platón se opuso a
los poetas hasta expulsarlos de la Ciudad justa es porque consideraba la poesía
como una especie de «veneno para la mente». La señoría sobre uno mismo, la areté
propia de los grandes hombres resulta incompatible con los excesos líricos y la
emotividad. Poetizar, es decir, caer en manos de lo que el filósofo denomina
«la musa dulzona», era una manera de confundir la metáfora con el concepto que
finalmente podía resultar peligrosa para el conocimiento de la verdad. El
auténtico conocimiento no es, en Platón, de carácter sensible, sino que depende
de su proximidad a una Idea trascendente. Lo que ofrece la poesía son
simplemente opiniones, sentimientos que cambian y se extinguen. A Platón le
interesaba otro ámbito: el de lo permanente y trascendente.
Recordemos
la máxima platónica de que todo cuanto existe en el mundo material y sensible
es imperfecto, lo que conlleva que la política también lo sea. La Ciudad
platónica debe evitar al máximo las pasiones irracionales, entre ellas, la
violencia, y regirse por la eunomía, la buena ley que surge del convencimiento
moral. Solo la educación puede grabar para siempre las convicciones justas en
el alma de los hombres. Platón decía que en un Estado con lujo hay más gente
enferma y se necesitan más médicos que en uno austero. También afirmaba que los
Estados necesitan que quienes viven en la Ciudad se esfuercen en practicar la
Justicia, la cual, entendida al modo de Platón, no consiste en dar lo mismo a
cada uno sino a dar a cada clase aquello que sea necesario para mantener el
equilibrio general.
En
el ámbito afectivo el amor en Platón no es, por tanto, una mera relación entre
dos, amante y amado, sino que forma un triángulo cuyo tercer elemento son las
Ideas. Amante y amado se compenetran y se identifican por su relación con el
tercer vértice de ese peculiar triángulo, que es el Bien. Si los cuerpos se
aman y se desean mutuamente es porque convergen en el amor del conocimiento y
de las Ideas (el Bien, la Justicia). Lo que atrae a dos cuerpos que se aman es,
al fin, el amor por la Idea que los une. De ese modo, los amantes mantienen el vínculo
entre ellos incluso cuando el cuerpo declina porque lo que realmente aman y
desean es el conocimiento. Esa tesis tiene una particular importancia no solo a
la hora de explicar las relaciones humanas que perduran en el tiempo, sino en
el ámbito de la educación. En el modelo platónico de pedagogía, la relación
entre maestro y alumno se sustenta en el mutuo amor por el conocimiento y no en
la admiración personal, todo ello contribuyó a la eternización de la frase AMOR
PLATONICO.
La
pedagogía es en Platón un acto de amor que configura el alma y la lleva a optar
por el mayor bien que es el del conocimiento de las Ideas. Por eso mismo, el
acto educativo tiene una estructura tripartita. No es que el discípulo ame al
maestro y viceversa, sino que ambos aman el saber y por eso se complementan. Un
hombre sabio será también un hombre feliz. Mediante la educación el alma
despliega sus cualidades más profundas y, por eso mismo, educar a alguien exige
amarle en el sentido más filosófico del Eros. Quien educa se limita a sujetar
el cuerpo al alma, o a reprimir el deseo. Educar es querer lo mejor para el alma
y hacerla crecer de que amar el saber. forma profundamente armónica. Los
contenidos educativos no son mercancías que puedan comprarse o venderse sino el
alimento del alma. Los conocimientos son deseables, no en una perspectiva
utilitaria o inmediata, sino como muestra de perfección humana. El saber, en
Platón, transforma el alma.
La
grandeza de la filosofía platónica radica sobre todo en su profunda convicción
de la existencia de una realidad trascendente, suprasensible, como causa y
explicación del mundo sensible. Tal convencida afirmación, defendida con fuerza
desde enfoques distintos en sus diálogos, supuso una revolución para la
historia del pensamiento y marcó la posterior comprensión filosófica de la
realidad: el mundo sensible, también el hombre y su alma, es entendido desde
una nueva perspectiva, porque causado, derivado de la realidad trascendente; el
problema del conocimiento adquirió una dimensión más precisa y también la
felicidad humana, la ética y la política se vieron notablemente enriquecidas;
Dios y lo divino son pensados, por primera vez, como realidades inmateriales.
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