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martes, 29 de diciembre de 2020

¡Querido cliente...!

 

Querido cliente

Sé que usted piensa que pedirle una provisión de fondos es abusivo, pero más abusivo resulta hacer un trabajo largo y penoso sin tener garantías de cobrarlo.

 

Sé que usted piensa que no le informo del desarrollo del litigio, pero quizá no acaba de percatarse que queda fuera de la disposición de este abogado el impulso del pleito y la resolución de los recursos.

 

Sé que usted al leer la sentencia con la que gana el juicio, le parecen excesivos mis honorarios, pero quizá no recuerda que cuando vino a mi despacho afirmó que pagaría lo que fuese porque lo consiguiese.

 

Sé que usted al leer la sentencia con la que pierde el juicio, cree que no he hecho lo que debía y que ha tirado el dinero, pero quizá olvida que su contrario cuenta con otro abogado y que existe un juez, y ninguno somos infalibles.

 

Sé que usted anda propagando que si el juicio se iba a perder, y cargando con las costas del contrario, no debía haber asumido su caso, pero yo no iré diciendo que en mi despacho le advertí con insistencia que era un caso perdido, aunque usted insistió en luchar a toda costa.

 

Sé que usted piensa que, como me trajo los documentos al despacho mi trabajo consistía en presentarlos, pero olvida que por traer las patatas no se hace la tortilla.

 

Sé que usted opina que no he actuado con diligencia, pero ya le dije tras leer la sentencia desestimatoria, que usted no me explicó porqué me ocultó datos y pruebas decisivas que iban contra sus intereses, impidiéndome valorar sus consecuencias.

 

Sé que usted vino a mi despacho decenas de veces y que le informaron que no pude recibirle. También sé que me envió decenas de correos electrónicos. Quizá deberá saber que de los asuntos se informa cuando se mueven judicialmente y no por mucho gritar avanzan más rápido. Como también debería tener presente que hay otros clientes cuyo caso reclama atención.

 

Sé que me telefoneó el mismo día cuatro veces para contarme detalles que a su vecino le parecían de interés. No le cogí el teléfono porque quizá usted olvidó que era domingo y día de Navidad.

 

Sé que usted conoce a otras personas que ganaron litigios que usted asegura eran iguales, pero me temo que no hay dos gotas de agua iguales ni dos litigios idénticos, ni clientes iguales a usted.

 

Sé que usted piensa que no me he tomado su caso con interés, pero lo cierto es que usted no ha estado a mis espaldas las decenas de horas que he estado leyendo documentos, consultando leyes y planeando la estrategia para defender sus intereses.

 

Sé que un amigo suyo graduado en derecho, y que trabaja en una agencia de viajes, le ha indicado qué camino debo seguir en el litigio. Me temo que su amigo no le ha dicho que no es lo mismo tener estudios de derecho que ser abogado, como no es lo mismo ser aficionado a los toros que torero.

 

Sé que usted cree que todos los abogados somos enredadores, pero no se imagina usted lo enredadores que son muchos clientes, como tampoco recuerda el enredo de su problema fue precisamente lo que le trajo a mi despacho.

 

Sé que usted cree que cobrarle por un papelito, por un informe o una respuesta, lo considera abusivo, pero también debería reparar en que es un papelito la receta del médico, el acta del notario o su título académico de ingeniero, y no por ello le parece a usted caro que se cobre por los servicios.

 

Sé que le dicen que el abogado le ha metido en este embrollo, pero fue usted quien llamó a mi puerta y le advertí que la justicia es lenta, costosa e incierta.

 

Sé que usted va diciendo que en internet encontró más respuestas a su caso que las que yo le ofrecí, pero se le olvida que en los foros y redes sociales hay opiniones para todos los gustos, sin aval de formación o experiencia, y de los que nadie se responsabilizará de lo allí dicho.

 

Sé que usted esperaba un descuento por venir recomendado, pero ya bastante descuento resulta que, en nombre de ese supuesto amigo común, acabase usted pasando constantemente por mi despacho sin cita previa.

 

Sé que usted me reprocha que no tengo contactos con los jueces para engrasar el litigio. Ignora usted que litigamos para que le reconozcan su derecho no para que se lo arrebaten a otro, como ignora igualmente que cuando el juez juzga, no hay amigos ni enemigos, solo un frío mecanismo para valorar argumentos y pruebas.

 

Sé que usted es muy listo y cree que ha trabajado mucho para poder pagarme mis honorarios. Bien estaría que considerase que el abogado que le escucha ha estudiado derecho durante varios años de esfuerzo, superado una pasantía no retribuida, se ha fogueado en la trinchera de pleitos pequeños y desagradables, y ha tenido que mantenerse actualizado en normas que cambian vertiginosamente.

 

Puedo comprender que usted, por haber perdido el litigio, esté convencido de que la Justicia es injusta y que le cueste aceptar la ley o sentencia que le quita su razón, pero eso no demuestra que mi defensa haya sido mala.

 

En fin, que la abogacía es cosa seria. Que nadie me ha regalado el título de graduado en derecho y debo pagar a un Colegio profesional para que me vigile, pero también para que garantice que usted percibe un buen servicio. Sobre todo, nadie me paga por escuchar impertinencias, sufrir la atrevida ignorancia o soportar absurdos prejuicios.

 

Bastante tengo como abogado para sufrir en silencio mis decepciones ante jueces que no estudian debidamente el caso, o ante unas leyes que borran lo que se conquista en sentencia, como para que tenga que ser además psiquiatra y confidente. Cuente usted con mi paciencia para explicarle una vez más los pormenores del caso, pero no me pida que no me desahogue ante su incomprensión de lo que es la labor del abogado.

 

Ah, puede usted acudir a otro abogado para criticarme o denunciarme, aunque me temo que su nuevo abogado sabrá captar que ahí no se detiene su peregrinaje por los bufetes. Mientras tanto seguiré atendiendo a la inmensa mayoría de buenos clientes y brindaré por ellos con champán francés. Buenos días.


José Ramón Chaves

Magistrado


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