Como se sabe, en la Grecia de antaño, se miraba con
sospecha el trabajo de los abogados porque eran hábiles en el uso de la palabra
y podían seducir a los jueces. El temor era tan grande que se prohibía a los
hombres ser asistidos por uno de ellos. Cada quien tenía que defenderse a sí
mismo. Mas cuando las mujeres eran las acusadas, podían contratar los servicios
de un “orador”. Este fue el caso de la prostituta Friné que nos cuenta Jorge en
su blog Histonotas.
Le debemos a los griegos la filosofía occidental,
el teatro, la democracia y otras cosas, entre las cuales no es la menor la
institución de las “escorts”, “acompañantes” o, para decirlo en griego, heteras
o hetairas, traducido: “compañeras”.
Tratábase de señoritas de moral elástica,
obviamente hermosas pero, a diferencia de nuestras “modelos” contemporáneas, de
gran cultura e inteligencia. De ellas dijo Demóstenes ‘Nosotros tenemos
compañeras (hetairas) para la voluptuosidad del alma y prostitutas para la
satisfacción de los sentidos; mujeres legítimas para darnos hijos de nuestra
sangre y llevar nuestras casas…”. Un equilibrio perfecto.
Ni soñar en clasificarlas como prostitutas comunes
(que también las había, una clase aparte, las Πόρνου), aunque no eran nada
reprimidas sexualmente. Usualmente se las encontraba en compañía de exitosos
políticos, cotizados artistas… bah, como siempre.
Una de las más famosa hetairas, Friné se dedicó al
rubro artístico. Pintores y escultores. Época de efervescencia artística en
Atenas, había pintores y escultores por todas partes. Friné no careció de
clientes por un largo período.
Ateneo, el famoso gramático griego, escribió en su
momento sobre Friné: “Era bella sobre todo en aquello que no se ve’. Y es que
difícilmente podía vérsela en los baños públicos y solamente una vez en las
fiestas de los misterios de Eleusis se bañó desnuda en el mar y luego, a la
vista de todos los asistentes, salió de las aguas. La leyenda dice que el
pintor clásico Apeles se encontraba allí en ese momento (casualmente, supongo)
y se inspiró en Friné para su ‘Afrodita Anadiómena‘, es decir, su Afrodita
saliendo de las aguas.
Pese a todos sus méritos, Friné pasó a la
posteridad gracias a su abogado. Sucede que tanto le llenaron la cabeza a la
niña que empezó a comparar su belleza con la de Afrodita. Las autoridades se
enteraron y le sacudieron una acusación por impiedad. En esos tiempos, eso era
cosa muy seria, que le podía costar una condena a muerte. Praxíteles contrató a
Hipérides, famoso abogado y orador. De nada le valió su elocuencia al defensor;
los jueces no estaban nada convencidos. Hipérides, buen observador, notó que
los magistrados pedían la cabeza de Friné, pero también ansiaban el resto de su
anatomía, bien viva si era posible. En consecuencia, el hábil abogado argumentó
que sería un crimen privar al mundo de una belleza incomparable como la de su
defendida, y ahí mismo le sacó la túnica de un tirón. Gritos y aplausos en las
tribunas y miradas nostálgicas y soñadoras de los ancianos jueces. Obviamente,
fue absuelta. No se mencionan los honorarios del abogado, pero podemos
imaginarlos.
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