Estado
de derecho es aquel que se rige por un sistema de leyes e instituciones
ordenadas en torno de una constitución, la cual se erige como el pacto o
contrato social, en la cual los ciudadanos deben enmarcar su coexistencia, más
aun sus autoridades, es decir, los que integran la administración pública en su
conjunto. En ese sentido todo estado de derecho entraña consigo el respeto a
los derechos tanto subjetivos, como objetivos, vigente en el estado de que se
trate, habida cuenta que el objetivo fundamental de las leyes es organizar y
fijar límites de derechos, para que toda acción esté sujeta a una norma
jurídica previamente aprobada y de conocimiento público, y a su vez esto
represente una garantía fundamental del respeto entre los ciudadanos entre sí,
con sus autoridades y viceversa.
Pero, ¿de dónde obtienen los
ciudadanos de un país la garantía de que se hallan realmente en un Estado de
Derecho, en el que la actuación del gobierno se halla sujeta a la ley en la
misma medida que la suya propia? Los seres humanos inventaron hace algo más de
doscientos años un procedimiento político para establecer esta garantía. Se
trata de la división del poder del Estado. El Estado tiene el poder de hacer
las leyes, de aplicarlas y de juzgar si se cumplen adecuadamente. En un Estado
democrático, la ciudadanía -que es a quien corresponde por derecho la
soberanía- ha otorgado tal poder al Estado. Pero si las tres funciones
mencionadas recayeran sobre la misma persona o institución política, los
ciudadanos nunca podrían estar seguros de que dicha persona o institución no
está utilizando en su propio beneficio el poder que ellos mismos le han
otorgado. Por eso, dos de los más importantes filósofos políticos de la
Modernidad, el británico John Locke y el francés Montesquieu, sugirieron que lo
mejor era encomendar el desempeño de cada función fundamental del Estado a una
institución distinta, separada e independiente de las demás: a una le
correspondería hacer las leyes, a otra aplicarlas o ejecutarlas y a una
tercera, juzgar si las leyes se están cumpliendo e imponer sanciones o penas a
quien las incumpla. De este modo, el poder del Estado quedaría divido en tres
poderes, cada uno de los cuales correspondería a una institución distinta. Esta
división de poderes garantiza en sumo grado el equilibrio en el ejercicio del
poder, por cuanto la línea que divide al poder con el abuso de poder, es
sumamente delgada, y tiende a ser rebasada con la más sutil intención, por los
que lo ejercen. Así que cuando esa línea divisoria ya no solo es rebasada de
forma intermitente sino, que es pisoteada extravagantemente hasta borrarla del
mapa existencial del Estado, son los ciudadanos los que de forma cívica en el
ejercicio de sus derechos los que están llamados a restituir ese equilibrio, y
supremacía de la Constitución que los rige.
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